VIDA DE ORACIÓN

jueves, agosto 27, 2009

La muerte del «Santo Viejo», 25.VIII.1648

en Miguel Ángel Asiain
‘El año con Calasanz’, 1991

Narra el P. Caputi:
«El P. Berro había accedido a que pusiera un jergón junto a la cama del ancianito, para reposar él sin apartarse de su lado. Apenas se había dormido un poco, le despertó el P. Ángel. «P. Vicente, que el Padre se nos muere». Salté del jergón me puse la estola, comencé una vez más la recomendación del alma tocó la campana entretanto el P. Ángel, acudió la Comunidad; cedí la estola y el ritual al P. Castilla como Superior de la casa. Prosiguió la recomendación, acompañándole todos, y oyendo cómo el Ve nerable Padre contestaba a todo. Alzó el brazo derecho como para bendecir, y en este momento, sin movimiento ni estertor, sin ahogo ni torcimiento de labios, voló al cielo, pronunciando tres veces «Jesús, Jesús, Jesús». Eran la una y media de la madrugada del martes día 25 de agosto de 1648.

Quedó su cuerpo tan hermoso y bien parecido como si estuviera vivo, con color en el rostro y suave sonrisa en los labios, como para demostrar haber sido templo de un alma verdaderamente santa.

De todos nosotros se apoderó una singular e interna alegría que nos tenía como fuera de sentido, y de tal modo consolados que nos parecía estar de fiesta en vez de luto; y en lugar de abatirnos por el dolor propio del caso, experimentábamos gozo común y universal. En ello estábamos cuando el reloj de la Sapienza tocó las dos menos cuarto».

Y narra el P. Morelli:
«Sé que el P. José de la Madre de Dios murió de fiebre, en Roma, en nuestra casa de s. Pantaleón en su habitación propia, junto al oratorio, que da al lado de la epístola de su altar, y fue en la noche anterior a la fiesta de s. Pantaleón (sic, aunque su equivocación es manifiesta queriendo decir s. Bartolomé, que en Roma se celebra el 25) del año 1648, hacia la media noche.

Y esto lo sé porque le asistí aquélla, así como le había asistido otras muchas noches anteriores, en la misma enfermedad; y porque me encontraba presente puedo asegurar que mientras rezaba los maitines del día siguiente, arrodillado ante su cama, me di cuenta de que le iba faltando la respiración, es decir, que no respiraba tan normalmente como solía, y llamé al P. Vicente (Berro) de la Concepción, que se había echado a descansar poco antes en la misma habitación sobre una caja; y me fui a tocar la campana para que acudiesen todos los Padres y Hermanos de casa, como lo hicieron rápidamente para asistir a su muerte. Y mientras el P. Rector, Juan de Jesús y María, llamado P. Castilla, recitaba las oraciones de la recomendación del alma, según el Ritual Romano, repitiendo el P. General por cuanto se podía deducir del movimiento de sus labios el nombre de Jesús, que los otros Padres le sugerían, expiró, con grandísima paz, como si cayera en un dulce sueño».

Miguel Ángel Asiain; El año con Calasanz; 487

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